Suicidio asistido
Su mano se colgaba suave de mi cuello,
cada palabra suya se transformaba en sueño
y su piel enrojecía a la mía.
El dolor era incontenible a mi cuerpo
pero se transformaba en alivio a mis pensamientos.
Su voz trataba de calmar mi llanto
pero en ese preciso momento yo era cielo,
cielo y mar llorando, en tormentas desatado.
Me prometía que la calma llegaría
pero los segundos eran más que eternos
hasta que me arrebato mis últimos alientos.
Entonces se transformó en mi cómplice
y viéndome con los ojos cerrados
partió con paso lento hacia el descenso
luego la oscuridad partió su rostro
y a mi lado cayó como si hubiese ido corriendo.
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